Ella se marchó y la frialdad de la partida fue su regalo final. Lo haría con una hojuela de obsidiana. Él mismo le había enseñado cómo. Más afilada que el acero. El borde de un grosor de átomo. Y ella llevaba razón. No había argumentos. Innumerables noches pasadas en vela debatiendo los pros y los contras de la autodestrucción con la seriedad de unos filósofos encadenados al muro de un manicomio. Por la mañana el chico no dijo nada de nada y cuando tuvieron el equipaje hecho y estuvieron listos para echarse a la carretera se volvió y miró hacia donde habían acampado la víspera y dijo: Se ha marchado, ¿verdad? Y él dijo: Sí.
( Cormac McCarthy )
[ The Road ]
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