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Había una vez, una chica que hablaba con la luna. Y ella era misteriosa y perfecta, de la forma en que lo son las chicas que hablan con la luna. En la casa de al lado, vivía un chico. Y el chico observaba a la chica volverse más y más perfecta, y más y más hermosa con cada año que pasaba. Él la veía observar la luna. Y comenzó a preguntarse si la luna le ayudaría a desentrañar el misterio de la hermosa chica. Así que el chico miró hacia el cielo. Pero no podía concentrarse en la luna. Estaba demasiado distraído por las estrellas.
Y no importaba cuántas canciones o poemas hubiera escrito ya sobre ellas, cada vez que él pensaba en la chica, las estrellas resplandecían más brillantes. Como si fuera ella quien las mantenía iluminadas. Un día, el chico tuvo que mudarse. No podía llevarse a la chica con él, así que se llevó las estrellas. Cada vez que miraba por la ventana en la noche, comenzaría con una. Una estrella. Y el chico le pediría un deseo, y el deseo sería su nombre. Ante el sonido de su nombre, una segunda estrella aparecería. Y entonces él desearía su nombre otra vez, y las estrellas se duplicarían en cuatro. Y cuatro se convertirían en ocho, y las ocho en dieciséis, y así sucesivamente, en la mayor ecuación matemática que el universo jamás había visto. Y para el momento en que una hora había transcurrido, el cielo estaría iluminado de tantas estrellas que despertaría a sus vecinos. La gente se preguntaba quién había encendido los focos. El chico lo hizo. Al pensar en la chica.

( Stephanie Perkins )
[ Lola and the Boy Next Door ]
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