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Se distinguían ya entre el polvo, pintados en el manto de los ponis, galones y manos y soles nacientes y pájaros y peces de todas clases como una obra vieja descubierta bajo el apresto de un lienzo y ahora se podía oír también sobre el retumbo de los cascos sin herrar el sonido de las quenas, esas flautas hechas con huesos humanos, y en la compañía algunos habían empezado a recular en sus monturas y otros a girar desorientados cuando del lado izquierdo de los ponis surgió una horda de lanceros y arqueros a caballo cuyos escudos adornados con añicos de espejos arrojaban a los ojos de sus enemigos un millar de pequeños soles enteros. Una legión de horribles, cientos de ellos, medio desnudos o ataviados con trajes áticos o bíblicos o de un vestuario de pesadilla, con pieles de animales y con sedas y trozos de uniforme que aún tenían rastros de la sangre de sus anteriores dueños, capas de dragones asesinados, casacas del cuerpo de caballería con galones y alamares, uno con sombrero de copa y uno con un paraguas y uno más con medias blancas y un velo de novia sucio de sangre y varios con tocados de plumas de grulla o cascos de cuero en verde que lucían cornamentas de toro o de búfalo y uno con una levita puesta del revés y aparte de eso desnudo y uno con armadura de conquistador español, muy mellados el peto y las hombreras por antiguos golpes de maza o sable hechos en otro país por hombres cuyos huesos eran ya puro polvo, y muchos con sus trenzas empalmadas con pelo de otras bestias y arrastrando por el suelo y las orejas y colas de sus caballos adornadas con pedazos de tela de vistosos colores y uno que montaba un caballo con la cabeza pintada totalmente de escarlata y todos los jinetes grotescos y chillones con la cara embadurnada como un grupo de payasos a caballo, cómicos y letales, aullando en una lengua bárbara y lanzándose sobre ellos como una horda venida de un infierno más terrible aún que la tierra de azufre de cristiana creencia, dando alaridos y envueltos en humo como esos seres vaporosos de las regiones incognoscibles donde el ojo se extravía y el labio vibra y babea.
Oh Dios, dijo el sargento.

( Cormac McCarthy )
[ Blood Meridian, or the Evening ]
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