Después de que los israelitas cruzaron milagrosamente el Mar Rojo, sus perseguidores, los egipcios, se encontraron con un destino trágico cuando las aguas se cerraron sobre ellos. Mientras los ángeles se regocijaron por la destrucción del enemigo, la reacción de Dios fue de disgusto. Les recordó que los egipcios también fueron sus creaciones, merecedoras de compasión.
Este incidente destaca el profundo sentido de responsabilidad que Dios siente hacia todos sus hijos, independientemente de sus acciones. Sirve como un poderoso recordatorio de que la empatía debería extenderse incluso a aquellos que percibimos como adversarios.