Mientras la larga limusina cobraba vida, Edwina se sintió como si fuera Isabel, zarpando para luchar contra la Armada Española. ¡Ella era Elizabeth, maldita sea! Lo que había construido nadie se lo iba a quitar. Ni su casa, ni sus hoteles, ni su excelente establo de caballos, y muy especialmente, no el joven pura sangre que había dejado durmiendo al lado de su piscina olímpica al aire libre. Decidió que algunos placeres eran demasiado tentadores para abandonarlos.
(As the long limousine purred to life Edwina felt as if she were Elizabeth, setting sail to battle the Spanish Armada. She was Elizabeth, damn it! What she had built no one was going to take away from her. Not her house, not her hotels, not her fine stable of horses -- and most especially not the young thoroughbred she had left sleeping by the side of her Olympic-size outdoor pool. Some pleasures, she decided, were simply too enticing to give up.)
En este extracto de "El poder de una mujer", Edwina experimenta una oleada de empoderamiento mientras se embarca en un nuevo viaje en su lujosa limusina. Se compara con la reina Isabel I, dispuesta a afrontar los desafíos con determinación y fuerza. Esta comparación resalta su resiliencia y el orgullo que siente por sus logros, como sus propiedades y sus preciados caballos.
El desafío de Edwina es claro; no está dispuesta a permitir que nada, incluidas las posesiones materiales o los celos de los demás, amenace lo que ha construido. Su apego a su pura sangre simboliza su negativa a renunciar a las alegrías que ofrece la vida, lo que sugiere que algunos placeres son vitales para su identidad y felicidad. El pasaje captura su feroz independencia y compromiso con su éxito.
