La vida gira en torno a la medición del tiempo, que se ha convertido en una parte integral de la existencia humana. Somos constantemente conscientes del mes, año y día específico, a menudo consultando relojes y calendarios para mantener nuestros horarios bajo control. Esta fijación a tiempo dicta nuestras rutinas, incluso cuando comemos o participamos en actividades de ocio como ir al cine.
En contraste, el mundo natural opera sin tales preocupaciones. Animales como pájaros y perros no se adhieren a las limitaciones de tiempo, viviendo en el momento en lugar de preocuparse por los plazos o el envejecimiento. Esta clara diferencia destaca un aspecto único de la humanidad: nuestra relación obsesiva con el tiempo conduce a un miedo generalizado a su paso, un concepto que las criaturas fuera de nuestra especie no experimentan.