Cuidaste a tu hijo, sin importar quién lo haya engendrado, y no importa cuánto puedas odiarlos en el fondo. Un niño estuvo allí durante la duración de su vida y, si tuviera mucha suerte, lo enterró, y no viceversa. Una madre daría su propio corazón para asegurarse de que el niño que había creado viviría, estaría feliz de hacerlo. Sería amado.
(You looked after your child, no matter who had fathered it, and no matter how much you might hate them deep down inside. A child was there for the duration of your life and, if you were really lucky, they buried you, and not vice versa. A mother would give her own heart to ensure the child she had created would live on, would be happy to do so. Would be loved.)
En "Faces" de Martina Cole, la narración profundiza en el profundo vínculo entre una madre y su hijo, enfatizando que el amor incondicional de una madre persiste a pesar de cualquier animosidad hacia el padre del niño. Esta conexión subraya la idea de que una madre prioriza el bienestar de su hijo, independientemente de los sentimientos personales, destacando el deber innato de nutrir y proteger. La relación se caracteriza en última instancia por una vida de devoción, ya que se invierte en las esperanzas y el futuro de su descendencia.
El pasaje se refleja en la naturaleza duradera del amor de una madre, lo que sugiere que la presencia de un niño es un legado duradero que se extiende hasta el final de la vida. Una madre encarna el desinterés necesario para garantizar la felicidad y la supervivencia de su hijo, esencialmente dando todo para ese propósito singular. Este profundo compromiso emocional ilustra cómo la dedicación de una madre puede dar forma a la vida de un niño, creando un vínculo que perdura más allá de su propia existencia.