El dolor sirve como una experiencia transformadora, lo que hace que las personas salgan de sus propios confines emocionales. Encarna la profunda conexión formada a través del amor, destacando que el dolor surge solo después de haber experimentado afecto. Este ciclo puede entenderse como un viaje: amar profundamente a alguien, enfrentar la pérdida de ese amor y, en última instancia, experimentar el dolor resultante. Tales emociones iluminan la inevitabilidad de la tristeza después de la riqueza del amor.
Además, el dolor brinda una aguda conciencia de la soledad, enfatizando que cada individuo, en algún momento, enfrentará una profunda soledad. Esta noción postula que la muerte encarna el aislamiento final, encapsulando la esencia de la existencia humana. El proceso de amor, pérdida y duelo delega no solo el dolor de la pérdida, sino también el vínculo intrínseco entre las relaciones y la realidad eventual de estar solo.