William S. Burroughs enfatiza la calidad mágica inherente de todas las formas de arte, incluidas la música, la escultura, la escritura y la pintura. Argumenta que el arte se creó originalmente con intenciones específicas en mente, con el objetivo de producir resultados inmediatos y tangibles. El propósito del arte, sugiere, no es simplemente existir por sí mismo, sino para promulgar ciertos efectos en el mundo.
Burroughs compara el arte con las fórmulas científicas, como las teorías de Einstein, que tienen propósitos funcionales. Sugiere que, al igual que estas fórmulas, el arte se ha desarrollado históricamente para satisfacer las necesidades específicas o para lograr los cambios deseados, destacando sus raíces prácticas y su utilidad original.