Casi todos los días, mis alumnos contarían tales historias. Nos reímos por ellos, y luego nos sentimos enojados y tristes, aunque los repetimos sin cesar a las fiestas y más de tazas de café, en líneas de pan, en taxis. Era como si el gran acto de contar estas historias nos diera cierto control sobre ellas; El tono desagradable que utilizamos, nuestros gestos, incluso nuestra risa histérica parecía reducir su control sobre nuestras vidas.
(Almost every day, my students would recount such stories. We laughed over them, and later felt angry and sad, although we repeated them endlessly at parties and over cups of coffee, in breadlines, in taxis. It was as if the sheer act of recounting these stories gave us some control over them; the deprecating tone we used, our gestures, even our hysterical laughter seemed to reduce their hold over our lives.)
En "Leer Lolita en Teherán", Azar Nafisi reflexiona sobre cómo sus alumnos compartían con frecuencia sus historias personales, llenas de humor y desesperación. Estos cuentos se compartieron en varios entornos, convirtiéndose en una fuente de diversión y tristeza. El acto de contar estas historias permitió a los estudiantes expresar sus emociones, creando un espacio para confrontar las realidades difíciles que enfrentaron. A través de la risa, encontraron una manera de hacer frente al peso de sus experiencias.
Nafisi enfatiza que la forma en que relataban sus experiencias, a menudo con un tono de autocompleto, ayudaron a disminuir su impacto emocional. Al narrar sus luchas en una luz humorística, pudieron reclamar alguna agencia sobre sus historias. Este proceso, entrelazado con momentos de camaradería, les permitió procesar sus vidas en medio de los desafíos que encontraron, destacando el poder terapéutico de la narración de cuentos en tiempos difíciles.