Cuanto más me despierto en esta vida, más me doy cuenta de que Dios está en todas partes y más extraordinario espera silenciosamente debajo de la piel de todo lo que es ordinario. La luz está tanto en la botella rota como en el diamante, y la música está tanto en el violín que fluye como en el agua que gotea de la tubería de drenaje. Sí, Dios está debajo del porche y en la cima de la montaña, y la alegría está tanto en la primera fila como en las gradas, si estamos dispuestos a estar donde estamos.
(The further I wake into this life, the more I realize that God is everywhere and the extraordinary is waiting quietly beneath the skin of all that is ordinary. Light is in both the broken bottle and the diamond, and music is in both the flowing violin and the water dripping from the drainage pipe. Yes, God is under the porch as well as on top of the mountain, and joy is in both the front row and the bleachers, if we are willing to be where we are.)
A medida que viaje por la vida, se vuelve cada vez más claro que la presencia de Dios nos rodea en todos los aspectos de la existencia. El Divino no se limita a grandes momentos, sino que está intrincadamente entretejido en el tejido de nuestras experiencias mundanas. Tanto la belleza como la alegría se encuentran en lugares inesperados, desde una botella destrozada hasta un diamante precioso, revelando que lo extraordinario se encuentra escondido dentro de lo ordinario.
Esta perspectiva nos invita a reconocer que se puede encontrar alegría en cualquier lugar, ya sea en momentos de triunfo o entornos aparentemente mundanos. Al estar completamente presentes y abiertos a nuestro entorno, podemos experimentar la plenitud de la vida y apreciar los milagros sutiles que nos esperan en cada momento.