La crisis de los préstamos estudiantiles también tiene una valencia emocional subestimada: la deuda hace que la gente se sienta miserable. En una encuesta, más de la mitad de los prestatarios dijeron que habían experimentado depresión debido a sus deudas. Nueve de cada 10 informaron haber experimentado ansiedad.
(The student-loan crisis has an underappreciated emotional valence too: The debt makes people miserable. In one survey, more than half of borrowers said that they have experienced depression because of their debt. Nine in 10 reported experiencing anxiety.)
La cita destaca el profundo costo psicológico que la deuda por préstamos estudiantiles puede imponer a las personas, extendiéndose más allá de la mera carga financiera. A menudo, los debates sobre la deuda se centran en las implicaciones económicas (tasas de interés, plazos de pago y riesgos de incumplimiento), pero las consecuencias para la salud emocional y mental son menos reconocidas pero igualmente críticas. Para muchos prestatarios, obtener importantes préstamos estudiantiles puede ser una fuente de estrés, ansiedad y depresión constantes, que afectan su bienestar general y su calidad de vida.
Esta carga emocional surge de la presión persistente para cumplir con las obligaciones de pago, la incertidumbre sobre la estabilidad financiera futura y las expectativas sociales vinculadas al logro educativo. La estadística de que más de la mitad de los prestatarios ha experimentado depresión y nueve de cada diez ha sentido ansiedad subraya cuán profundamente entrelazadas están las luchas financieras con los problemas de salud mental. Esta angustia puede impedir el funcionamiento diario, obstaculizar el avance profesional y dañar las relaciones personales.
Abordar la crisis de préstamos estudiantiles requiere un enfoque holístico que considere no solo aliviar las cargas financieras a través de reformas políticas, sino también brindar apoyo de salud mental a los afectados. La sociedad debería reconocer que la deuda educativa no es sólo una cuestión fiscal sino un desafío de salud mental que puede tener efectos duraderos. Reconocer estas dimensiones emocionales podría motivar a los formuladores de políticas y a las instituciones a innovar en soluciones destinadas a reducir el estrés y proporcionar sistemas de apoyo, asegurando que la búsqueda de una educación superior no se realice a expensas del bienestar mental de los individuos.