George Washington poseía los atributos físicos y las fortalezas psicológicas necesarias para el liderazgo durante la Revolución Americana. Exudó una superioridad y confianza natural que eliminó la necesidad de autojustificación. Sus experiencias anteriores como oficial más joven le enseñaron a confiar en su presencia dominante en lugar de palabras, lo que le permite encarnar las esperanzas y aspiraciones de quienes lo rodean.
Con el tiempo, Washington evolucionó de una figura más abierta en su juventud a un líder silencioso cuya mera existencia inspiró la lealtad y la admiración. Esta transformación le permitió convertirse en una figura unificadora, que representa diversos ideales y ambiciones, reuniendo efectivamente a las personas para apoyar la causa de la independencia estadounidense.