Mark Sykes ejemplificó otra característica común entre la clase dominante británica de la época eduardiana, una desenfadada arrogancia que sostenía que la mayoría de los complicados problemas del mundo podían tener una solución clara, que los británicos tenían las respuestas para muchos de ellos y que era su carga especial -no menos tediosa por haber sido dada por Dios- iluminar al resto de la humanidad sobre ese hecho.
(Mark Sykes exemplified another characteristic common among the British ruling class of the Edwardian age, a breezy arrogance that held that most of the world's messy problems were capable of neat solution, that the British had the answers to many of them, and that it was their special burden-no less tiresome for being God-given-to enlighten the rest of humanity to that fact.)
Mark Sykes es retratado como una representación de la actitud típica de la élite británica durante la era eduardiana. Su comportamiento refleja una creencia confiada, casi desdeñosa, de que los complejos problemas globales podrían simplificarse para obtener soluciones sencillas. Esta perspectiva sugiere que la élite británica se percibía a sí misma como singularmente calificada para enfrentar estos desafíos, creyendo que poseían el conocimiento y la autoridad necesarios para abordar los problemas de otras naciones.
Además, Sykes y sus contemporáneos abrazaron un sentido de obligación moral y consideraron sus esfuerzos por guiar e iluminar otras culturas como un mandato divino. Esta mentalidad, sin embargo, tenía sus inconvenientes, ya que a menudo conducía a una falta de empatía y comprensión de las complejidades de las sociedades en las que intentaban influir. La convicción de la clase dominante británica de que estaba destinada a liderar el mundo ha tenido implicaciones duraderas, particularmente en la configuración del Medio Oriente moderno.