El capellán había pecado, y estaba bien. El sentido común le dijo que contar mentiras y defectos del deber eran los pecados. Por otro lado, todos sabían que el pecado era malvado y que ningún bien podría provenir del mal. Pero se sintió bien; Se sintió positivamente maravilloso. En consecuencia, siguió lógicamente que decir mentiras y defectos del deber no podían ser pecados. El capellán había dominado, en un momento de intuición divina, la práctica técnica de racionalización protectora, y fue emocionado por su descubrimiento. Fue milagroso.
(The chaplain had sinned, and it was good. Common sense told him that telling lies and defecting from duty were sins. On the other hand, everyone knew that sin was evil and that no good could come from evil. But he did feel good; he felt positively marvelous. Consequently, it followed logically that telling lies and defecting from duty could not be sins. The chaplain had mastered, in a moment of divine intuition, the handy technique of protective rationalization, and he was exhilarated by his discovery. It was miraculous.)
El capellán en Catch-22 lidia con el concepto de pecado y moralidad mientras reflexiona sobre sus propias acciones. Reconoce que mentir y abandonar sus responsabilidades se consideran pecados, pero experimenta un sentido de alegría y satisfacción que contradice su comprensión del pecado como inherentemente malvada. Este conflicto interno revela una lucha más profunda con sus creencias y la naturaleza de la moralidad, destacando la complejidad de la experiencia humana.
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